Mi Ecohuerta propone una iniciativa: parcelas en alquiler en La Calera para que cultive su comida.

Son ocho kilómetros, apenas 20 minutos, lo que separa a los ecohuertos, en La Calera, de la carrera séptima. Lejos del ruido, la contaminación y el asfalto, pero cerca de la ciudad, María Angélica Suárez y su hija Anni, de seis meses, remueven las malezas, riegan y observan cómo crecen fresas, zanahorias, cilantro, hierbabuena, espinaca, perejil y caléndula, especies que han sembrado en su huerto de 20 metros cuadrados. La suya es solo una de las seis parcelas que el proyecto Mi Ecohuerta ya tiene arrendadas, con el fin de reconectar a la gente con la tierra y promover un consumo responsable y sostenible.

Lesly Rubiano, ingeniera ambiental, y Ómar Ayala, especialista en gerencia ambiental, tomaron esta tendencia de Europa, donde la nostalgia por las raíces agrícolas y la preocupación por una alimentación libre de químicos han volcado a la gente a cultivar sus propios alimentos.

“Estamos cultivando la paciencia en una cultura donde todo es fácil y rápido. Muchos de los que están viniendo no tenían ni idea de cómo se siembra lo que comen. Incluso, los niños pensaban que las lechugas vienen del supermercado, y la leche del refrigerador. Aquí viven un choque, y empiezan a entender los procesos de la tierra y de la naturaleza”, dice Rubianes.

Como María Angélica y Anni, en su mayoría hay familias con niños, en las que los adultos toman como un pasatiempo cultivar aromáticas y frutales, y las generaciones jóvenes sienten que le están dando un entretenimiento con propósito a su familia. “Estamos manejando estratos 4 en adelante. En los estratos bajos todavía existe una barrera porque piensan que es una labor de los abuelos, mientras que en los altos están encontrando una oportunidad de entretenerse, aprender, y reencontrarse con la naturaleza. Justamente como no tenían ese conocimiento, se ha vuelto un plan bastante play”, explica Ayala.

Huerta ‘El Cerezo’, ‘Villa Lucas’, ‘Ixmucame’, ‘huerta de la casa’: el agroecólogo Diego Cubillas se mueve en un campo sembrado de parcelas con nombre propio que van desde los 20 hasta los 100 metros cuadrados, vigilando los cultivos y enviando informes diarios a los hortelanos que no pueden asistir. “Lo que queremos incentivar es la agricultura orgánica, sin ningún tipo de agroquímicos. Así se produce un alimento muy sano y con más sabor, pero que requiere de más paciencia y no genera tanto como las supercebollas ni los supermaíces transgénicos”, cuenta Cubillas. “Teníamos un niño que traía una regadera y aplicaba agua por doquier. Él se dio cuenta de que no era llegar y no más jugar, sino que, con eso, tiene una responsabilidad. Aquí los niños también aprenden que las cosas tienen un valor”.

Además de tener un control absoluto sobre lo que se come y cómo está producido, Ecohuertas promueve el rescate de técnicas y productos ancestrales como la chugua, los cubios y las ibias, tubérculos propios de la región que “se habían olvidado porque comercialmente no eran viables, pese a que su contenido proteínico y vitamínico es muy alto”, señala el ingeniero. Así, entre los talleres que imparten, hay uno de recetas, otro sobre herramientas de labriego, y uno más de germinación, entre otros.

Volver a las raíces

Para Ayala y Cubillas, las técnicas agrícolas de producción masiva van a ir cediendo terreno a una producción sostenible entre las familias, donde cada uno produzca lo necesario para el consumo propio de una forma no agresiva con el medio ambiente. En Bogotá, 8.500 familias producen alimentos para consumo doméstico en huertas urbanas, y la capital es ya una de las ocho ciudades más verdes de Latinoamérica, según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO). No por nada, esta institución ha nombrado al 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar.

Rafael Zavala, representante de la FAO en Colombia, considera que esta tendencia se enmarca en el ‘slow food’, un movimiento mundial en torno a los alimentos que se consumen, dónde y cómo se producen, los hábitos alimentarios, y el origen de los recursos y sistemas agroalimentarios de una región. “Esta filosofía comienza como una marca, pero tiene mucho que ver con los esquemas de agricultura familiar. Se subraya la importancia de una alimentación sana, y que la familia pueda dedicar un tiempo a su alimentación mediante la producción de alimentos. Esto es especialmente importante en Colombia, donde se consume la mitad o menos de las frutas recomendadas por la OMS”. Según Julián Ramírez, profesor del Centro de Investigación y Extensión Rural de la Universidad Nacional (Cier), estas prácticas se tienen que acompañar de cambios de hábitos de consumo para que la alimentación vuelva a ser más balanceada. “La gente se vuelve más crítica porque empieza a entender un poco más cómo se producen ciertos alimentos. Por ejemplo, la fresa, como se enferma fácil, es posible que tenga bastantes químicos. Eso, además, empieza a visibilizar el gran trabajo de los agricultores y sus problemáticas” añade.

En Bogotá, al comienzo, fue la población más vulnerable, los desplazados y migrantes, los que promovieron los huertos urbanos, señala Diego Gutiérrez, coordinador del proyecto de Agricultura Urbana del Jardín Botánico, quien reconoce que hoy, el público de sus talleres sobre agroecología urbana ha cambiado de perfil: “Así la gente tenga la posibilidad de comprar sus alimentos, buscan otros procesos para aprovechar el tiempo libre y contribuir a la soberanía alimentaria”.

Así sana la tierra:

Riego ecológico: una botella de agua con orificios ofrece un riego controlado.

Hay plantas repelentes a las plagas como el ajo, el ají, la caléndula o el rábano.

Un sistema de apicultura ayuda a polinizar fresas para que el fruto no se deforme.

Usar semillas orgánicas: se pueden recuperar y volver a sembrar.

Seguir el calendario lunar: ayuda a las plantas de hoja ancha a capturar más luz.

Herramientas manuales: las máquinas destruyen propiedades de la tierra.

Cómo conseguir una Ecohuerta

El precio va desde los 68.000 pesos al mes por la parcela de 20 metros hasta los 2’150.000 pesos mensuales por la de 100 metros.

El pago incluye un taller mensual, vigilancia, orientación, herramientas, riego, mantenimiento del cultivo, semillas, abono, espacio en la cámara de germinación e informes de cómo progresa su parcela.

Información: mihuerta@escarola.co Cel. 318 623-2815

Artículo tomado de: http://www.eltiempo.com/estilo-de-vida/ciencia/huertas-para-agricultores-de-fin-de-semana/14061635

Escrito por: IRENE LARRAZ/El Tiempo

Foto por: Juan Manuel Vargas / EL TIEMPO